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A las puertas del desierto

| 17 de noviembre de 2012

Hasta hace medio siglo, había actividad en el campo. Poco a poco, hemos ido perdiendo la tradición. Antes, se salía de casa (incluidas mujeres y niños), para trabajar en la tierra y atender a los animales; ahora, todo el mundo permanece encerrado en sus casas. Ya, no se genera recurso alguno. Al tabaibilizarse la isla, es como si el desierto verde se ampliara. Pero, la leche de las tabaibas, ni se toma, ni de ella se hace queso (¡téngase cuidado, porque el simple roce por una de ellas, si te pasas la mano por la frente sudada, te llega su esencia –invisible- a los ojos, y te deja ciego tres o más días). 

Hoy, hombres y mujeres (también los niños), hacen todos vida doméstica. De esta manera, el sáhara, o desierto, se amplía, y se extiende por el tabaibal. Y toda vez que –como acabamos de decir-, las tabaibas no se comen, la malnutrición reina y avanza por sus feudos, llegando a todos los hogares. Con este estado de cosas, solo cabe esperar más violencia (y digo “más”, porque ya se ha asentado entre nosotros, y es creciente). Ya que, sin desarrollo alguno –miedo ambiente lo tiene todo protegido, y nada deja hacer en el campo- no es posible haya paz, ni..., ¡nada!

Adentrase por la isla, comienza a ser una tarea bastante complicada, y harto difícil, toda vez que al no dejar tocar nada (todo protegido), se ha asilvestrado de tal forma y manera la isla, y ha crecido tanto, lo que en otro tiempo era materia orgánica (comida de y para cama de animales, y hasta para fuego -y abono- para la comida), que es imposible transitar o hacer senderismo de por libre. Entonces se oía cantar a la gente (señal de alegría y felicidad); ahora, ni la fauna avícola, ni ninguna otra (salvo ladridos de perros  a todas horas y por todas partes, pero no balidos de cabras, ni mugidos de vacas).

Sí, todo ha cambiado, para mal y peor. Hoy, nadie se reconoce en la infancia actual, si compara la suya hace cincuenta años atrás (¡y menos!), cuando éramos ricos y exportábamos de todo, y todo estaba sembrado y plantado, todo lleno de animales lecheros; y otros complementarios para una alimentación sana y variada (conejos, cochinos, gallinas, etc.). El cambio ha sido tan radical, que el campo, ya no es campo. Y, ni la crisis, hace volver al campo a los políticos, que lo ignoran y hablan del sector primario, con referencia al turismo (¡). Y lo malo es, que nadie tiene voluntad de volver al campo, y nadie –tampoco- denuncia esta situación de ignorar lo que es fuente de riqueza (trabajo, salud, economía, paz, alegría, etc. etc.).

Por si eran pocos los males, tenemos unos medios de comunicación, que en lo más mínimo orienta y anima a regresar a los que siempre aquí se hizo, y se sigue haciendo por el mundo entero, siendo nosotros, los únicos en el planeta, que no damos golpe en el campo, y esperamos los demás lo hagan y nos manden en barcos sus productos (siempre peores que los nuestros, y envenenados). Si los barcos no nos trajeran la comida, moriríamos de hambre. La pinocha –lo único que se planta y se planta y se vuelve a plantar, sin dejar de plantar fijo- no se come, ni alimenta.

 

Ya me gustaría, alguien promoviera la vida campestre, rústica o campesina, la vida del agro, y su cultura, y así, poco a poco el pueblo se fuera insertando (pero mientras miedo ambiente siga con esa política represora, de multas y sanciones, protegiendo todo, no será posible; así que hay que luchar porque desaparezca el mayor enemigo del campo, que curiosamente son los que debieran favorecerlo y ayudar). Hay que cambiar a la gente, y hay que cambiar al medio o miedo ambiente, para que el mundo rural vuelva a darnos trabajo y comida. Curioso, que cuando todo el mundo avanza, nosotros retrocedemos a una vida de desierto, de regresión primitiva y salvaje, para partir de cero algún día, ya sin testigos ni tradición (perdida).

Se ha llegado a una demografía asfixiante en urbanizaciones, poblaciones y ciudades, a la par que el campo, se ha vaciado por completo (salvo residuos minúsculos). Todo esto hace, que la pobreza crezca sin parar. Aumenta la emigración, toda vez, que no te dejan tocar la tierra. Donde se sembraba y había ganado, ahora pinos-retamas-tabaibas... Diagnóstico: viven los uniformados, que persiguen al campesinado; ninguna formación sobre el campo (solo cursillos de jardinería); faltan pastores; no hay capacitación profesional; cada vez, son menos los que quedan en el campo; no se ve una cabra suelta ni por casualidad (¡miedo al medio ambiente!); etc., etc.

Nadie lucha contra el abandono del campo (al contrario, es lo que fomenta el kabildo, para plantar todo de pinos); no se pone a grupos de jóvenes con los pocos ancianos que quedan, para que cojan el testigo y aprendan... En definitiva, la isla se asilvestra, se desertiza, se sahariza; todo el mundo vive en la urbe; lo rural, cual si apestara (y todo prohibido en él). Si no hubiera agua entre Marruecos-Sáhara y el tabaibal, esto, sería –ya lo es- una continuidad del desierto. Y los jóvenes esperando formación y ayuda, y el campo cerrado con siete candados (los vigilantes, con gafas negras y uniformados del medio ambiente o del kabildo).

 

El Padre Báez.

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