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Francisco Javier González

SALVADOR “PALOMO” Y EL CACIQUE (2)

Soberanista

Francisco Javier González | 01 de marzo de 2016

Los españoles, contando con la marinería arrinconada en puerto, teníamos como unos 8.000 soldados y dos tristes cañones medio ferrugientos mientras que los yanquis, sin contar toda su enorme escuadra, tenían ya en tierra más de 18.000 con cañones y ametralladoras. Pa’más jodida la cuestión, el general cubano Calixto García, que tenía en toda la provincia de Oriente más de 30.000 mambises, estaba ya por el otro lado, avanzando desde Cuevitas a Dos Caminos del Cobre, al ladito mismo de Santiago.

Siguió contándonos el Palomo, entre buche y buche de vino pa’remojar el galillo, que’l día que nunca podría olvidar mientras viva era el primero de julio. Le cuento lo que nos dijo: Estaba en el hospital con fiebre y tiriteras cuando los yanquis atacaron las defensas de Santiago en El Caney y en la Loma de la Caldera, que luego nos enteramos que los gringos llamaban a esa loma, en su lengua que hablando parecen gallinas con gogo, "quitel jill". Allí habían unos almacenes de caña de un antiguo ingenio que se habían fortificado. Fueron batallas tremendas de las que todos los soldaditos estuvimos hablando y no terminábamos dispues que se rindiera Santiago. En El Caney estaba el general Vara del Rey con unos 500 hombres entre soldados y paisanos movilizados. Los gringos atacaron con unos 6.000 hombres y abundante artillería. Iban en oleadas de la mitad de los soldados, unos 3.000, y mucho fuego artillero que hacían desde la sierra Escandal que dominaba el terreno, pero fueron frenados repetidas veces a lo largo del día. La'rtilleria que traiban destruyó el fuerte que estaba en una colina llamada El Viso, la iglesia y luego casi todo el pueblo. Cada vez que llegaban los soldados yanquis a unos 50 metros eran rechazados. Eso duró desde las 6 de la mañana a las 5 de la tarde en que, muerto el general, su hermano y sus dos hijos y agotados los 150 cartuchos que tenía cada soldado, un centenar de los que quedaban se retiraron como pudieron pa’Santiago.

Nosotros vimos lo que pasaba en El Caney y en el ingenio de la Loma de la Caldera, pero bastante teníamos con el fuego que nos hacían los gringos porque, entre ellos y Santiago, solo quedaban las fortificaciones de las Lomas de San Juan donde nos habían llevado hasta a los enfermos y heridos que pudieran ponerse en pie para defender esas Lomas. Fue así, con fiebre, tiritera y vómitos, como fui con mis lonas rotas, mi fusil y 150 cartuchos a defender Santiago. En verdad que de los más o menos mil heridos o enfermos, los más graves los dejaron en tercera línea, rodeando Santiago desde el Cementerio a Las Cruces junto a la Marina, junto con los voluntarios, un escuadrón de guerrilleros montados del Batallón de  Puerto Rico y hasta con los bomberos a los que armaron. En total unos 4.000 hombres. A mi – contaba Palomo- como me vieron más fuerte y grande aunque estaba bastante jodido de las tiriteras me mandaron a las trincheras de Canosa, en segunda línea, donde estaba el Cuartel General. Frente a nosotros, nos enteramos dispues, los yanquis tenían más de 11.000 hombres y dos baterías de artillería que empezaron a bombardearnos a poco de las ocho de la mañana.

A la media hora, aunque seguían sus cañones machacando la Loma de San Juan, empezaron cargas de su caballería y oleadas de sus soldados al asalto de la Loma pero eran rechazadas con montañas de muertos que parecían otra trinchera a 50 o 60 metros de las españolas. Allí murió hasta un general gringo y muchos oficiales. Así hasta el mediodía en que el General al mando, llamado Linares, ordenó que los que quedaban en pie se retiraran a la segunda línea pa’salvar los dos cañones. Así lo hicieron protegidos por los guerrilleros a caballo de Puerto Rico a los que los yanquis hicieron un esmanche de todos los demonios, matando incluso a su capitán y a los oficiales.

Lo malo fue que, desde la Loma nos tiroteaban y cañoneaban a gusto de’llos por lo que se intentó recuperar la posición en alto por el capitán Patricio y sus hombres con una carga a la bayoneta. Solo quedaron seis. Luego fueron los marineros con su capitán al frente los que cargaron loma arriba con grandes bajas, incluido su jefe, que recibió un tiro en la barriga del que murió a los 10 o 12 días en el Hospital Militar. De los más de 500 marineros que cargaron loma arriba solo quedaron sanos como unos 30 y muchos heridos. No se pudo volver a tomar la Loma pero si asegurar la contrapendiente donde estaba el fuerte de La Canosa.

Allí se hizo una nueva línea de frente y allí me parapeté yo con lo que quedaba del Batallón Simancas con el que había salido de Tenerife. Nos bombardeaban continuamente además de atacarnos a la bayoneta hasta que se hizo de noche y pararon el fogueo. La noche la aprovecharon pa’mandarnos desde Santiago un rancho de arroz, que estábamos esmayaitos,  y un refuerzo penoso de algo más de 100 heridos del Hospital que malamente podían mantener el fusil. Por la mañana, aquello estaba lleno de muertos d’ellos y nuestros, todos reburujados. Yo estaba de “vigilante”, lo que aquí en Gomera llamamos de “guachimán”. Mientras ellos nos disparaban le jacíamos guatimañas pa’cabrearlos hasta que pegaron de nuevo a bombardearnos y se nos quitaron las ganas. Yo estaba muy cerca del coronel de nuestro Batallón, que se llamaba Don José Baquero, cuando nos cayó una granada que lo alcanzó de lleno. De’l no encontramos sino cachos esparcidos mesturados con los de los dos que estaban a’ladito mismo. Fue muy jodido, pero aguantamos todo lo que los yanquis intentaron para echarnos. El general Linares quedó herido grave y el mando lo tomó el general Toral.

Asigún se decía, desde La’Bana  mandaron a la escuadra de Cervera que saliera de Santiago. Mientras estábamos al tiro limpio en La Canosa, salió pegadito a tierra con todos los barcos. Salían todos en fila como conejos de una madriguera y los barcos yanquis se jincharon a desgorrifarlos como si estuvieran tirando al blanco. No quedó ni uno y hasta a Cervera lo hicieron prisionero. Yo creo que si le pasó algo a algún gringo fue de un ataque de risa boba, pero a los que estábamos combatiendo nos dejaron con el culo a las dos manos. Ni por esas nos rendimos en La Canosa, aunque todos los días los gringos intentaban echarnos d’allí. Solo salimos, todos baldados y machacados pero firmes, cuando el general Toral rindió a la guarnición. Lo hicieron con unos papeles que firmaron, sentados a la sombra de una ceiba, los generales españoles y yanquis. Los cubanos, con razón, estaban cabreados con los gringos porque al general Calixto García que, con sus mambises, había batallado tanto como los gringos y que eran los que, en verdad, tras tantos años de guerra por su Cuba, tenían derecho a estar allí, ni siquiera les permitieron acercarse. Total, que salieron de la sartén pa’caer al fuego.

A los que estábamos heridos o enfermos nos dejaron en el Hospital. Los gringos no se portaron mal con nosotros. Reconocieron que nos habíamos batido muy duro. Asigún decían les habíamos causado más de 2.000 bajas, aunque no sé yo si fueron tantas o estaban sajerando pa’quedar mejor. Nos regalaron tabaco, ron y unas latas de una carne encarnada y rara pero sabrosa. A los generales y jefes españoles muertos les dieron una condecoración muy importante, una cruz que llaman de laurel. A los soldaditos que nos habíamos batido el cobre de duro y estábamos dañados nos dieron una medalla militar que, lo mejor que tenía, era la paga de siete pesetas y media que venía con la medalla, que además nos dijeron que era de por vida. La cruz de los generales tenía también paga y mucho mayor pero me creo que a los muertos de poco les servía. Lo mejor fue que de allí pa’Tenerife y, como teníamos tres meses de licencia, pues volví pa’mi Gomera.

GOMERA

En Gomera en esos momentos, el mejor sitio pa’vivir y el más poblado, era Hermigua. En realidad todo el norte: Vallehermoso, Agulo y Hermigua que tenían buenas masas de tierra y bastante agua, no como los blanquiales de p’al Sur, pero el pueblo más importante de la isla, más que la capital, era Hermigua. Yo no estaba muy bien mirado porque no me ocultaba de decir que sería todo mejor si no fuera que los tres pueblos eran casi una finca privada de los caciques, Domingo García González en Vallehermoso, Leoncio Bento en Agulo y Ciro Fragoso en Hermigua, a los que todo el mundo trata de “Don” pero yo se lo quito por lo explotadores del pobre que eran. En verdad, si cualquiera d’ellos tenía a uno entre ceja y ceja, hasta encontrar algún trabajo se hacía muy difícil. Pa’colmo además, me tenían entre ojos porque mi segundo apellido es Montesino y cuando, a primeros de octubre de 1897, trataron de cargarse, a tiro limpio, al cacique Ciro Fragoso en el monte de Alajeró, y lo dejaron casi muerto, metieron presos a Antonio Cordero y a unos parientes de mi madre, Domingo Montesino y su sobrino Isaías Montesino. Menos mal que por ese entonces yo estaba tragando culebras en cualquier trocha cubana, que si no me hubieran enchiquerado también. Yo les decía  ¿y porqué no se lo pegan también al cura Maximiliano Darias, que su madre también es Montesino, o a los Montesino que tenían un comercio en Alajeró? Pero, claro, ya se sabe que los comerciantes no van pegando tiros y con los curas no se puede meter naide, y menos si los hermanos del cura van pa’militares.

Por ese entonces, terminada la guerra, habían regresado de Cuba bastantes indianos con buenos pesos allá ganados. Unos venían con nuevas ideas pa’ganar más perras, mientras que otros, que salieron de Gomera con una mano atrás y otra alantre,  ahora que tenían plata, querían ser lo mismito que los caciques de siempre. Uno de los que traía buenas ideas y centenes en abundancia era D. Francisco Trujillo Grasso. En Cuba, creo que tenía una buena hacienda por Jicotea, en Ciego de Avila, que vendió al venirse pa’Canarias. Era primo de Domingo Trujillo que también tenía algunas tierras en este Valle y por Alajeró y que le facilitó comprar muy buenos terrenos.

Aquí ya la cochinilla no valía un carajo y el vino tenía poca salida pa’fuera. Lo que se exportaba eran papas y cebollas. Papas y batatas podían dar hasta tres cosechas al año. Se mandaban pa’Tenerife y hasta p’América y la Inglaterra. D. Francisco empezó plantando papas de semillas inglesas como la utodate y la chinegua que, en sacos de un quintal, cargábamos a hombros hasta la Villa, pero pronto entendió que en Tenerife estaban comprando tomates pa’mandárselos a los ingleses y pegó a plantar tomates que daban más ganancia. También los tomates los llevábamos a hombros hasta la Villa, en cajas de un quintal, aforrados con paja pa’que no sufrieran, caminando por la cumbre y un descansito en Aguajilva pa’l ayanto. En verdad que aquí, en Gomera, los tomates no los catábamos porque creíamos que daban churriquera y que aguaban la sangre. Yo creo que en toda Canarias pasaba lo mismo porque nunca vide comerlos en el tiempo que pasé en Tenerife. Lo aprendimos por los ingleses porque, si ellos pagaban pa’que se los mandáramos, es porque debía ser güenos y ya hoy los usamos jasta pa’cocinar.

Como el Palomo no tenía más hacienda que su terrible fuerza y diba y venía a donde le salía un apaño, se metió también en lo del acarreto, aunque la verdad era hombre que, sin descansar, podía llevar dos cajas en vez de una. Pegábamos a cargar a la salida del sol y dábamos dos viajes al día o, cuando los días eran largos, hasta tres. De regreso traíbamos mercancías pa’los comercios que nos la encargaban y así, entre un día por otro, nos sacábamos hasta dos pesetas y media. Cuando pasábamos por el barranco bajo la Punta de la Vaca decíamos: “Por allá arriba pasará la carretera….cuando la hagan”. Cuando nos llevaron pa’la guerra ya se decía que D. Imeldo Serís, desde Tenerife, gestionaba los dineros pa’construirla. Y ya ve usté, será pa’la guerra siguiente.

 Como le contaba: Éramos más baratos que el transporte con bestias y arrieros, que también se hacía, pero nos jervía la sangre al ver como vivían los caciques y como nos trataban, aunque, en verdad, del trato de D. Francisco no teníamos quejas. Ese hombre, aunque tenía buenas pesetas, sabía lo que era joderse el cuero. La otra forma de transporte entre los pueblos gomeros y con Tenerife eran las falúas. En Hermigua echaban el rozón, o una potala si estaba buena la mar, en El Peñón, en Agua Dulce, en el embarcadero de Rosenzo, o en el Caletón del Azúcar pa’cargar o descargar, pero no siempre se podía. Es bien sabido que las mares del norte, si están de leva o de fondo,  no dejan acercarse ni a los ruazos. Entoavía m’acuerdo de la lancha del vapor “Guanche” , que cargaba en el pescante de los García en Vallehermoso, cuando la mar la’stralló contra las rocas y se  ahogaron dos marineros. No era un caso raro. Hasta del Charco de La Gaveta, que servía de bañadero pa’la chiquillería, cuando el mar estaba rabioso, se llevaba hasta los cabozos.

En las fincas de mi patrón, D. Francisco, como en otras muchas de Hermigua se cultivaba un poco de todo. De siempre Gomera producía sobre todo granos,  papas y cebollas. Aquí, en Hermigua se habían plantado bastantes naranjeros, aunque los de El Barranco de La Villa y los de Pastrana daban mejores naranjas. También durazneros, cirgüeleros y perales sanjuaneros y algunos almendreros en las partes más altas. Lo que había, de siempre que yo sepa, en el Valle eran matas de plataneras. Las había de plátano macho, que comíamos guisado como si fueran papas, otras de un platanito chiquitito, de dedito de santo, que era dulcito y otra que llamaban oriental, de plátano más bien áspero al catarlos. Se dejaban crecer los hijos de las matas, pegadas unas a otras, en los mismos surcos que las papas.  Daban una piñitas de no más de media arroba, o sea, menos de media docena de kilos cada una. Los rolos se usaban de comida pa’ganado o, con las hojas de las matas y picados se enterraban pa’mejorar el terreno,  pero ya por los tiempos de la guerra se traiban de Tenerife matas de una variedad nueva, que llamaban “enana” que cultivaba en La Orotava y el Puerto de la Cruz un inglés, al que llamaban algo así como D. Pedro Rei. Al parecer, por la banda de Adeje, otro inglés llamado Faife -que eso son los nombres que usan ellos- estaba comprando muchos terrenos y plantándolos pa’mandar la fruta a su país, donde la apreciaban mucho y se pagaba bien. Ese Norte de Tenerife, el Valle de la Orotava y el Puerto está lleno de ingleses. Están como en su casa, y me contaban que pa’Gran Canaria está pasando lo mismito.

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