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Francisco Javier González

EL ÚLTIMO BRINCO DEL TONINA

Soberanista

Francisco Javier González | 20 de agosto de 2017

 

A Juan Manuel lo llamaban “El Tonina” y, realmente, justificaba el apodo. Era alto y grueso, pero de ágiles movimientos. Desde luego que brincón si que era, cosa obligada  cuando bajaba de su casa de piedra y barro, a la vera del Barranco del Cerrillar en el Suculum, hasta San Andrés, pero no daba brinquitos nerviosos, sino pausados y solemnes, como los de las tonina reales. Casi calvo, compensaba su falta de pelo con el bigote exuberante que no dejaba ver el labio superior. Moreno, de mirada amable, de su persona se desprendía como un aire ingenuo, de hombre bueno, casi infantil que quedaba parcialmente desecho por sus manos, anchas, fuertes, de enérgica movilidad.

Al Tonina no le molestaba que lo llamaran por su apodo. En realidad a ningún cambullonero le molesta el suyo. Todo lo contrario. Algunos, incluso, solo eran conocidos por el apodo. Cuando murió José Luis, entrañable personaje del cambullón, hasta las esquelas de los periódicos lo llamaban “El Borrachito” que, desde la Casa Cuna en la que el hambre y la miseria familiar lo tuvo que meter a los 3 años, pasó a los muelles chicharreros con el piberío de 13 o 14 años que “pescaban” margullando los peniques que desde la borda les tiraban los chonis. Sus compañeros del Teatro Cambullón le dedicaron una esquela-poema, muy bella, que salió en toda la prensa tinerfeña y que cualquier hombre del muelle puede recitar. El Tonina gustaba de repetirla a sus amigos, con su voz grave, afectando maneras de gran actor que declamara un monólogo.

En memoria de un cambullonero

entrañable

“El Borrachito”.

Su escuela fue el muelle.

Sus maestros todos aquellos

cambulloneros que le enseñaron

la esencia del cambullón:

comprar, vender, cambiar a bordo

para matar el hambre de un

pueblo

que luego le olvidó y rechazó

como al resto de los

cambulloneros.

Sobre todo esto razonaba, en soliloquio mental, aquella mañana, fría aún, llegando casi a la entrada del muelle. El ¡Adiós, Tonina! que le habían dirigido al bajar de la Avenida Anaga, poco antes, había abierto vía de pensamiento en la que ahora se recreaba, dándole vueltas, Juan Manuel.

En el muelle, como antaño sucedía en toda Canarias, el apodo de cada uno es un poco el retrato de su personalidad. Se ajusta a la persona mucho mejor que los nombres que les pusieron al cristianarlos. ¿Quién podía suponer que “El Ruso” se llamara Nemesio? Lo de Nemesio no le pegaba ni con cola, en cambio lo de “Ruso” le iba como hecho a medida, y no solo porque siempre había sido comunista -que muy caro lo pagó, pibe aún, en los Salones de Fyffes- sino porque, con el Borrachito y Juan “Champín” el de Valleseco, fue de los primeros en los muelles en chapurrear la jerga de los “serafines” –como se conocía en el muelle a los marineros rusos- para entenderse con los soviéticos que acudían en manadas con sus pesqueros y que, en Santa Cruz y en Las Palmas, habían montado “Sovhispan”. Na’más llegar a bordo o a la borda del barco  pegaban a decir: “Ruski, priviet dobridén”, se fijaban en lo que querían, preguntaban ¿“eskolka”?, para terminar cerrando el negocio con un“espasiva”. Sus buenas pesetas se ganaban con los serafines, sobre todo los que, como Tonina, tenían permiso del capitán pa’trapichear a bordo o lograban abarloar su lacha al barco.

Decididamente, los apodos eran mejor que el nombre, y a él, lo de “Tonina” le gustaba. Le gustaban aquellos grandes animales, juguetones y nobles, que saltaban tras los cardúmenes de sardinas cerca de la costa. Incluso llegó a ver una vez, por cerca del Poris de Antequera a una que le daba topetazos a una cabra muerta que flotaba hinchada como un fol. Los marineros les daban fama de que ayudaban a los que se estaban ahogando. De todas formas él creía que más bien, como la de la cabra ahogada, lo que hacían era jugar pero al rememorar eso se acordó también como una vez sacó a un choni de la bahía. El choni había puesto tal entusiasmo en la discusión del precio de un mantel que cayó al agua y se hundía como una potala.

A sus espaldas oyó

–¡Tonina, espérame!

Era Sosa, que aceleró el paso para unirse a él y que, al llegar a su altura, le dijo

 -Vamos a echarnos la mañana

Sosa no tenía apodo. Lo tuvo en otros tiempos, después de la Guerra de España, cuando las lanchas rápidas iban y venían de Tánger a Puerto Caballos a soltar sus cargas, pero ahora tenía un comercio de ultramarinos, “Casa Sosa”, donde la mercancía que entraba de cambullón  se vendía junto a la que Sosa importaba de España. Allí era más barato que en ningún lugar de Cruz el güisqui, el vodka ruso o el ron cubano. Se juntaba el chatka con el más modesto cangrejo chino. El tabaco rubio impregnaba con su aroma a las latas de aceite de oliva español o a los transistores japoneses que armonizaban, raramente, con herramientas Stanley inglesas y con los quesos fundidos de Noruega y Dinamarca, la mantequilla de Nueva Zelanda y alguna máquina fotográfica Leika perdida por algún rincón.

Ya Sosa no bajaba a los muelles a hacer el cambullón. El compraba partidas grandes de género que otros le llevaban y, sobre todo, tenía tratos directos con capitanes y contramaestres. La mercancía la recibía en camiones. Unas veces la pagaba a toca teja y otras la cambiaba por otras para aprovisionamiento de buques. El de Sosa era un negocio a lo grande, sin embargo, de vez en cuando le picaba el gusanillo del cambullón y se bajaba hasta el muelle a charlar con los muchachos, aunque sin desdeñar cualquier negocio “que pudiera salir” o cualquier cáido ocasional. Miraba a los demás con un cierto aire de superioridad contenida y mal disimulada. Tenía aspecto de hombre de negocios, de comerciante próspero, que lo era. Tal vez porque ya no era de “los dellos” ya no llevaba apodo. Ya era Sosa para unos y Don Manuel para los que empezaban en la escuela del cambullón. A sus espaldas los viejos decían ¿Pues no se cree Sosa que es Don Imeldo Bello que ya compró hasta los Muelles del Carbón?

Sosa y Tonina caminaron juntos hasta el pequeño cafetín de La Marquesina  que llevaba el palmero Cirilo Leal, punto de reunión a aquellas horas de cambulloneros, guachimanes del muelle y gente de la carga blanca. Unos iban por los “barraquitos” que se había inventado Francisquito Mora  y otros por algo más fuerte. Desde fuera llegaba el aroma entre ácido y dulzón de algún peturco de grifa de la gente de la carga blanca que entretenía la espera de tener alguna llamada a la lista. Dentro el humo del tabaco, en azules arabescos, se mezclaba con el vapor de la cafetera italiana que no paraba de funcionar y con el olor acre del sudor de los de la carga blanca que desayunaban, siempre a la espera de que el encargado, subido a su cajón, anunciara “Pal barco noruego necesito 20 manos”.

Se acodaron como pudieron ante el mostrador. Sosa pidió un “güanijei” y daba vueltas al cubito de hielo en el vaso alto con el whishy Haig, mientras Tonina miraba, pensativo, su oscura copa de ron-miel.

-No sé cómo puedes beberte eso tan dulce. Parece hasta pegajoso –dijo Sosa- Yo, si no es un güisqui prefiero un ron seco, mejor amarillo. Eso tuyo me empalaga. Además, a mí ….¡uf!...toda la bebida blanca se me tira a los güevos….¡Ñós!...se me ponen de colorados como un tuno berberisco pelado.

Tonina aclaraba, cachazudo: -Pos yo, antes, me tomaba el ron como los tejineros, con una pastillita atrás, de aquellas de a perra gorda, pero mano, ahora me gusta así, dulcito, que ya es amarga la vida…

El diálogo entre los dos hombres pasó pronto de las bebidas preferidas al trabajo. A eso habían venido, que, pa’echarse unos palos siempre habría tiempo.

-Mira, Tonina. No te digo que hagas como yo que todo el mundo no puede. Ahorita me jinco el güisqui y me mando a mudar. Pa’bajo he venido a ver qué pasa, pero de la farola pa’lante no paso.

Tonina se quedó pensativo, como si todavía pudiese ver la ya inexistente farola que marcaba el inicio del muelle para los que la conocieron. Eso fue antes de que el crecimiento del propio muelle se la tragara. El muelle, como Saturno, devora a sus propios hijos.

A los lados de Tonina y Sosa estaban algunos hombres del cambullón, como el veterano “Gay” de las Cuatro Torres y el toscalero Juan “El Cangallo”. Este, se terminó la caña-parra de un trago y terció en la conversa:

-Yo me lo estoy pensando. La verdad es que barrunto algo que no me gusta….. Desde luego que no soy sajorín, pero esto suelta un fatume que tumba pa’tras. ¡Fíjate, fíjate! Ahí pasan más yips llenos de la policía esa que ha venido de España….¡Me cago’en…! Esos hijos de puta nos joden hoy el trabajo. Pa’mi que ni los guachimanes de la Junta se mueven hoy en el muelle…

Sosa saltó, acalorado:

-La culpa es de esos cabrones de la carga y de los sindicatos. ¡Ya me tienen cabreado con tanta huelga! Lo que hay que ver es la de plátanos y tomates que se tienen que tirar a los cochinos en cada meneo d’estos…¡y de lo nuestro ni que decir tiene! En cuanto principia la huelga, el gobernador saca pa’l muelle a la gente del paro que no tiene donde caerse muerta, vienen los piquetes y detrás la guardia civil como perros tras las perdices…¡y a ver quién se mueve en el muelle! ¡Si los tipos esos de los sindicatos se estuvieran quietitos…!

La discusión se generalizó y subió de tono. La gente de la carga blanca que estaba en el bar y en la acera junto a la puerta se acaloraba y amenazaba. Llevaban ya 20 días en huelga, sin cobrar, en tensión permanente por la actuación de esquiroles. Los piquetes había tenido choques, cada vez más duros, con la policía y la mayoría semejaban resortes comprimidos a punto de saltar. Uno de ellos, que diariamente venía desde Guadamojete, cabreado le gritó a Sosa:

-¿Es que no te das cuenta de lo que estamos pasando? ¡Tú no entiendes un carajo! Luchamos por nuestros puestos de trabajo, por nuestra comida, mientras tú te inflas en ese guachinche tuyo sin joderte el cuero. ¡Ni siquiera pedimos aumento de sueldo! Solo seguridad. Claro que como tú ganas más en un día con los consignatarios y los patronos que nosotros en meses, te arrimas siempre a ellos, pero aquí ¡mejor que te calles de una puñetera vez!

Sosa iba a replicar airado, pero el Ruso lo sujetó. Se encaró con el que gritaba, tratando de razonar con él:

-Tienes razón, viejo. Pero los cambulloneros no estamos contr’ustedes y, mucho menos, a favor de esos chanchos rellenos de billetes. Nosotros somos trabajadores, aunque no estemos sindicados ni puñetas d’esas. Pero este tiene razón en que nuestro trabajo se jode con la huelga. Ya los días corrientes los guachimanes nos toleran pero tanto los verdes como los grises, aunque ahora se vistan de canelo, nos hacen la vida imposible cuando están por el muelle, y eso que durante muchos años les llenamos la tripa y ¡hasta los curamos con la penicilina de Argentina que venían a pedirnos de favor! Cuando hay huelga muchos barcos se desvían y en los que atracan, si hay rebumbio, los chonis ni asoman el jocico. ¡Cualquiera! Con todo el muelle sembrado de tíos de verde metralleta en mano….¡De verdad que aquí no hay quién trabaje!

La voz aflautada de Cangallo remachaba:

-¡Y encima estos cabrones del pañuelito que han traído de refuerzo de España! Dicen que vienen de Córdoba. Ya han estado aquí otras veces. ¿No te acuerdas de cuando la huelga general, aquella cuando en La Laguna mataron al estudiante de Las Palmas Javier Fernández Quesada? Vinieron también estos mismos cabrones y se hincharon a dar leña y a romper coches que tuvieran tiritas negras en las antenas. ¡Hasta yo me llevé algún chuchazo!......¡pos’yo con estos tipos en el muelle no trabajo!

Tonina trataba de meter palabra, pero ya no había diálogo organizado. Todos vociferaban a la vez sin oírse unos a otros ni contestarse. Más bien, cada uno expresaba, a voz en grito, sus pensamientos y opiniones. El iguestero de la carga, cansado de venir a diario desde Ajoreña en Guadamojete en la guagua de las 5 de la mañana, gritaba:

-A los del muelle nos machacan por todos los lados. Siempre nos han dado más duro que a los demás desgraciados que sudamos para ganar cuatro perras gordas. No te olvides que, hace un montón de años, cuando empezaban las huelgas en Canarias, se cepillaron a tiros a un chorro de cargadores en Las Palmas. ¡Con nosotros no hay palabrería, solo tiros! ¡Pero si hasta matan a nuestras mujeres! ¿Ya nos olvidamos del asesinato de María Belén? ¡Hijos de puta! Como tienen la fuerza quieren arreglar a tiros los problemas de los muelles…..

La voz del Ruso se oía, a ratos, como fondo de todas las demás:

…….no sucede en un país comunista. La policía tiene que ser para proteger a los obreros, no para asesinarlos cuando protestan como hacen los gringos…..

El Cangallo volvía a la carga:

…..y yo no trabajo con esos cabrones aquí….

Tonina se fue acercando a `la puerta metálica, oyéndolos a todos en medio del barullo y mirando para el muelle. Fuera se oían también comentarios entre la gente de la carga que veía como la policía protegía la entrada al muelle de los del paro que los armadores contrataban para sustituir a los huelguistas.

-¡Esquiroles!  ¡Vendidos! ¡Berringallos!

Las frases sonaban duras, como trallazos. Los puños, crispados, se alzaban. La policía, nerviosa, agarraba los subfusiles, encañonando a inexistentes fantasmas que se debatían en el aire que los rodeaba, Los del paro, con la cabeza baja, se agrupaban como rebaño de ovejas azuzadas por los perros.

- ¡Hijos de puta! ¡vendeobreros!

Uno de los traídos del paro, sin levantar la cabeza para mirar a los que los insultaban, masculló, suficientemente fuerte como para ser oído:

- ¡Yo también tengo que comer! ¡y mis hijos! ¿Qué quieren que haga? ¿Ponerme a robar?

El de dentro del bar seguía su discusión con el Ruso que miraba para él, pero sin escucharlo, atento al zaperoco de afuera.

- Parece cosa mentira que a estos vendidos los apoyen algunos sindicatos españolistas. Con el rollo de que nosotros somos de la CCT o del SOC nos dejan más solos que la una. Quieren que nos hundamos porque los molestamos, pero se van a joder. La gente está cabreada y llegaremos hasta el final porque….

El Ruso seguía cono su idea fija. Miraba al que le hablaba pero, en realidad,  se contestaba a sí mismo.

-Pos anoche, en la manifestación, cuando cargaron los monos y pegaron cuatro tiros al aire pa’sustar bien que los vide correr. Las patas les llegaban al culo. ¡Mucho macho aquí, pero luego mierda! ¡Coño! Las pancartas pa casa’l carajo y las banderas volando con sus siete estrella y todo, Si es lo que yo digo, cuando la policía está con el pueblo como en…

Tonina, desde la puertea, vió como el gran barco inglés, amarrado ya al muelle, echaba la escala. Pensaba en lo que decía el Cangallo, pero vió como bajaban chonis y más chonis del barco. Eso lo decidió. Bueno, eso y la letra del coche que lo esperaba en la Caja de Ahorros. Al final ganó en su pensamiento la imagen del “Lada” verde –del que se sentía orgulloso a los miedos de Cangallo. No lo pensó más. Se tomó de un trago el ron-miel que le quedaba y le dijo a Sosa:

-Mira viejo.  Voy a sacarle algo a esos chonis. Espero que esos tíos no me sacudan con un calabrote y me dejen baldado…

Sosa seguía en la discusión y ni siquiera oyó a Tonina que salió, despacio y desganado, hacia el muelle. Pasó el cordón de policía y se acercó al barco, cargando cansinamente con el matul de la mercancía. No sabía porqué, pero experimentaba una cierta aprensión que se traducía en algún retortijón en la barriga. En la plaza cercana se iba concentrando la gente de la carga blanca en un mitin no autorizado. Se les veía preparados para aguantar la leña que sabían segura. Un pequeño furgón, con un altavoz en la capota, apareció en la plaza, lanzando panfletos que llamaban a seguir la huelga un día más. El altavoz comenzó a desgranar una conocida canción sabandeña

….Lucha canario….como lucharon los guanches…. Lucha canario…

Tonina se concentró en la música. Tal vez por eso no oyó las roncas voces de los del pañuelito que, desaforadamente, señalándose unos a otros el matul del Tonina, le daban el alto. En un momento tuvo conciencia de que algo pasaba. Se le encogió, sin saber porqué, el estómago aún más, como si le entrara un malejón. Se viró rápido y vio las armas apuntándole directamente mientras los guardias que las empuñaban, con aspavientos, le gritaban cosas que no comprendía. Presa del miedo echó a correr hacia el barco inglés, cerrando los ojos y agarrando contra el pecho fuertemente su matul.

Los estampidos fueron secos. Cortos. Retumbaron ominosamente en la pared de piedra del muelle.

Tonina dio su último brinco, como si un gigantesco cardumen de sardina le esperara en el infinito. En el bar de la Marquesina el humo se espesó en un instante. Pesó como una losa sobre todos, acallando las voces. Solo siguió, como un sonsonete, la voz de Ruso:

…….cuando la policía…….

El Tonina quedó caído hacia arriba, manchado su pecho por un fino hilillo de sangre, pero poca, muy poca, casi nada. Los ojos abiertos evocaban paisajes azules de olas infinitas. Cangallo juraba que, al llegar a su lado, le oyó tararear, al unísono con el furgón de la `laza, pero con la letra algo cambiada:

…….como murieron los guanches….

Francisco Javier González.

Aguere Diciembre de 1980

 

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