FUE LA MAYOR HUMILLACIóN DE UN PODEROSO EJéRCITO CASTELLANO HASTA AQUEL ENTONCES

26 de mayo de 1494: el Sol de Asentejo

El 26 de mayo de 1494, un griterío ensordecedor cubrió todo lo largo y ancho del enorme barranco tinerfeño de Asentejo: Ternu, ternu, ternu (victoria), coreaban miles de gargantas isleñas... Aquel glorioso día, la Historia se detuvo en el complejo a la vez que sangriento proceso de Conquista del Archipiélago Canario. En aquella jornada, las armas castellanas sufrieron su mayor humillación a manos de apenas 300 pastores guanches...

Sometida la mayor parte del Archipiélago Canario, el ambicioso a la vez que cruel conquistador de La Palma (Benahoare), Alonso Fernández de Lugo, convenció a los reyes de Castilla y Aragón, Isabel y Fernando respectivamente, de la conveniencia de hacerse con el control de la última isla libre, Tenerife (Achinech). Así fue que en las Capitulaciones de Zaragoza, consiguió el apoyo de "treinta e dos o treinta e tres" navíos, y facultad para reclutar un ejército de 160 caballeros y 1.900 peones. Si bien la mayor parte del cuerpo expedicionario fue reunido en Castilla, una buena parte del mismo se sumó entre los veteranos conquistadores de Gran Canaria (Tamaran) y La Palma; a los que se añadieron decenas de "voluntarios" canarios a las órdenes del traidor Thenesor Semidán y del valiente Maninidra.

Primera incursión

La flota partíó del Puerto de Las Isletas (según el Juicio de Residencia) en la última decena de abril de 1494, y antes de iniciar la conquista en sí, Alonso Fernández de Lugo decidió dar una cabalgada en busca de esclavos y ganado. La misma tuvo lugar en el litoral septentrional de Tenerife, y durante la operación, la nao "Garrida" (propiedad de Diego y Cristóbal Garrido, vecinos de Palos) encalló en los fondos rocosos de la costa, perdiéndose para siempre. Pese a ello, los europeos capturaron unos 140 esclavos guanches y varios miles de cabezas de ganado (según consta en el Registro del Sello).

Tras la incursión, el 1 de mayo echaron "las áncoras en el puerto de Añazo a las seis de la mañana" (Viera y Clavijo) en tierras del Menceyato de Anaga. La comarca era llamada por los guanches con la denominación de Añazo, y ofrecía un cómodo refugio donde los navíos podían maniobrar a sus anchas. Para los castellanos era conocida como Puerto Caballos, dada la facilidad que ofrecía en las faenas  de desembarco de tan nobles brutos.

Se supone que el Real o campamento fortificado se cimentó en la margen derecha del Barranco de Santos, por causa de la vena de agua que discurría por su lecho (Rumeu de Armas), y para asegurarse la colaboración y el apoyo del reino de Güimar, el más afecto y leal de los llamados "Bandos de Paces". En las primeras jornadas, los invasores se dedicaron a excavar trincheras, levantar empalizadas y construir rudimentarias trincheras. La torre se montó con castilletes de madera prefabricados, reforzados con manpostería y piedra suelta.

- Los Bandos de "paces"

Según consta en el Registro del Sello, ya antes de 1490, el cruel Gobernador de Gran Canaria, Pedro de Vera, había llegado a un Acuerdo con los Menceyes (reyes) de los territorios de Abona, Adeje y Güimar ("paçes puestas e asentadas con Pedro de Vera"). Y Alonso fernández de Lugo aprovechó dicha circunstancia para ratificar aquel pacto, consiguiendo "que fazian lo quel dicho Alonso de Lugo les mandava, e que acogian en los dichos vandos a nuestras gentes e les amparaban e defendian, e que les davan de sus mantenimientos...". Éstos fueron conocidos con el tiempo como los Bandos de Paces, por su actitud conciliadora para con los invasores.

Pero hubo un cuarto Menceyato, el de Anaga, con el cual Alonso de Lugo tuvo que hacer un esfuerzo mayor. Y es que en el verano de 1493, los armadores del Puerto de Santa María llevaron a cabo una brutal razzia en las costas de dicho reino, violando de manera flagrante las "paces" acordadas por Pedro de Vera. Por lo que el de Lugo tuvo que liberar a todos los guanches apresados, "por expresa decisión regia", y devolverlos nada más desembarcar en las costas de Añazo. El intermediario de dicha operación diplomática fue el propio Thenesor Semidán (o sea, Fernando Guanarteme). Y desde entonces, según escribió Francisco de Albornoz, los guanches de Anaga "ayudaron a conquistar a los otros en favor de Sus Altezas".

- Bencomo de Taoro 

Antes de que se produjera la gran batalla, el invasor Alonso Fernández de Lugo se encontró con el Mencey de Taoro, y líder de la confederación de los llamados Bandos de Guerra: el legendario Bencomo (o Benitomo). Según relató el Fraile Espisona, dicho encuentro tuvo lugar en las proximidades de Gracia, y el rey isleño vino acompañado por 300 guerreros guanches. Ambos jefes pudieron comunicarse a través del intérprete Guillén Castellano, quién conocía el habla indigena por haber estado antaño cautivo.

Según el citado Cronista, Alonso de Lugo le hizo 3 peticiones al Mencey guanche: la amistad con los reyes de Castilla y Aragón; la sumisión política a ambos reinos; y la conversión al cristianismo. Prometiéndole como recompensa que los reyes "de España... los tomaría y recibiría debajo de su amparo y protección y les haría muchas mercedes".

Las respuestas de Bencomo fueron muy claras: a la primera propuesta, LA AMISTAD, respondió que "ningún hombre que no fuese provocado de otro e irritado, la había de huir ni rehusar"; en cuando al cambio de religión, explicó que "ellos no sabían qué cosa era cristiandad, ni entendían esta religión; que se verían en ello y se informarían, y así con más acuerdos darían respuesta". Más contundente fue al responder a la petición de SUMISIÓN "al rey de España... porque nunca había conocido sujección a otro hombre".

- La batalla

El combate tuvo lugar (probablemente) el 26 de mayo de 1494. Primero llegó el ejército invasor hasta la frondosa vega de Aguere (La Laguna), apenas hostigado por algunas partidas de guerreros de los menceyatos de Tegueste y Tacoronte. En ese momento, Alonso de Lugo confiaba en una resistencia simbólica por parte de los guanches. Sin embargo, los mercenarios canarios le advirtieron que "no se metiese tanto tierra adentro sin dejar las espaldas seguras, porque en aquella espesura y malos pasos habíanlos guanches de hacer sus hechos" (Espinosa).

Apenas se acercaron al fértil y umbroso Valle de Taoro, la vanguardia castellana se vio frenada por la presencia de fuertes contingentes guanches. El mencey Benitomo (según Rumeu) les iba siguiendo los pasos por medio de vigías apostados en lugares estratégicos, y cuando vio que se aproximaban al Barranco de Asentejo decidió cortarles el avance, ofreciéndoles pelea. De esta manera se enzarzó la batalla por una y otra parte con compleja y singular ferocidad.

El escenario de Acentejo favorecía a los guanches por sus peculiares circunstancias. Su disposición en anfiteatro impedía a los jinetes maniobrar en escuadrón, teniendo que limitarse a operar individualmente. Era además "un lugar espeso de monte, cuesta arriba, embarazoso de piedras, matorrales y barrancos". Para colmo, los castellanos habían ido apañando por el camino importantes partidas de ganado menor, y al primer silbo de los pastores guanches, las ovejas y cabras se dispersaron por las laderas hacia las cumbres y los escarpes costeros. Luego comenzó la intensa lluvia de piedras y troncos.

El Mencey Bencomo había dispuesto sus fuerzas para el ataque de la siguiente manera: su hermano Chimenchia, con 300 guanches taorinos discurrió por los altos para atacar de flanco a la columna invasora, con la intención de cortarla en dos; por su parte, el rey atacaría de frente a los castellanos con el grueso de su ejército confederado... Por su parte, Alonso Fernández de Lugo conseguía agrupar en una de las márgenes del barranco a todas las fuerzas alistadas en sus banderas, estableciendo rápido contacto con la vanguardia. Así pudo aguantar los primeros embates, pero la suerte ya estaba echada.

Tal y como escribió Antonio Rumeu de Armas, "causaba estupor y sorpresa contemplar descabalgados a los jinetes por certeras pedradas, mientras que los peones, armados de pies a cabeza, caían abatidos por los recios golpes que con banotes y magados les infligían los aborígenes. Todo ello en medio de una impresionante algarabía de gritos y silbos, que producían auténtico desconcierto". Fue en el fragor de la lucha cuando el Jefe castellano, Alonso de Lugo, "cayó del caballo, malherido de una tremenda pedrada en la boca". Pedro Benítez el Tuerto pudo salvarlo, consiguiéndole una cabalgadura para que pudiera huir.

Tras unas pocas horas, los castellanos, malheridos y sangrantes, se batieron a la desesperada, sin orden ni concierto, esquivando golpes, dardos y pedruscos voladores, atentos nada más que a salvar la vida. Los que pudieron huir se fueron replegando lentamente, para ponerse a cubierto de los certeros disparos del enemigo. Por su parte, los guanches se dedicaron al exterminio implacable de los soldados castellanos dispersos y malheridos. Tan sólo un reducido grupo de supervivientes, liderado por el de Lugo (perdió 3 dientes por la pedrada), lograron llegar al Real de Añazo (hoy Santa Cruz).

- El "desbarato"

Según los cálculos más verosímiles (llevados a cabo por el fallecido Presidente de la Real Academia de Historia de España), las víctimas castellanas en tan aciaga jornada fueron 90 caballeros y 1.200 peones muertos en Acentejo; o sea, que las 4/5 partes de las fuerzas conquistadoras habían sido materialmente aniquiladas. Y entre tantos centenares de fallecidos se hallaban: el propio sobrino de Alonso de Lugo que era Alférez; y el adalid Gonzalo Buendía, persona de la máxima confianza de los reyes de Castilla y Aragón (sus hijos serían recompensados con una concesión para explotar una venta en Hinojares).

Culmino este artículo con la reflexión realizada por Antonio Rumeu de Armas: "Resulta imposible comprender y justificar cómo 150 caballeros y 1.500 infantes, bien armados (cifra a todas luces respetable), pudieron tener una actuación tan ofuscada como poco aguerrida frente a un compacto grupo de guerrilleros guanches, que ignoraban por completo las reglas del arte militar. Y cuando se censura la actuación de un ejército, el responsable máximo es siempre el capitán".

AURELIANO MONTERO