Han roto el campo
Toda la vida el campo produciendo; ahora inutilizado. Los políticos que tenemos, están en contra del campo, y del campesinado. No permiten la agricultura, ni la ganadería. A ambas, solo les ponen trabas y frenos, con multas severísimas por practicar una o la otra (o ambas). Todo, por y para fomentar y permitir un comercio que nos hunde y mata, destroza y arruina. El hombre, siempre cultivó la tierra y cuidó de los animales, para su bien, sobrevivir y enriquecerse, con un trabajo digno y libre. Ahora ser agricultor o ganadero, es ser una víctima a abatir. Desgraciadamente, el campesino actual, se somete al dictado de una política loca, sin sentido y que no deja explotar las riquezas de la tierra –reservada absurdamente para la omnipresente tabaiba- y las posibilidades de una ganadería boyante (solo tenemos perros). Todo eso salvaría la economía, la salud y la vida, pero el cabildo le ha declarado la guerra al campo, y al ganado poco a poco, a la fuerza y a base de multas hasta por lo más nimio. La filosofía y hasta la teología, no se entiende sin el cultivo de la tierra y el cuidado de los animales. Unos pocos políticos son dueños de todo, y el campesino desaparecido se ha convertido en esclavos. Los animales son útiles y necesarios. Sin ellos, la vida no es posible. Los políticos no piensan sino en sus propios y egoístas intereses. Y toda vez que reciben más de importar, prohíben la productividad aquí. Hoy, el tabaibero, sufre las consecuencias de una política absurda, estrambótica, contra natura, que violenta y humilla al paro (o parado) y al hambre, el hijo de la tierra más fértil del planeta. Un maltrato, que es indigno de la condición humana, a la que se le impide ejercer el trabajo, para ganar con el sudor de su frente la comida, y forzando a parar al tabaibero, para que espere lo hagan otros y nos lo envíen desde fuera, lo que podemos producir más y mejor nosotros aquí. Hoy, somos esclavos de un sistema vil de una política que envilece al isleño, y lo deja al hambre, al paro, a la miseria, a la desesperación... Tenemos pues, una mano de obra parada, obligada a no trabajar. Se nos prohíbe plantar para comer y vivir, ya ni siquiera para sobrevivir. Y sobresale el silencio en el que nadie pide, ni clama, ni reclama la vuelta al campo y nadie reclama el derecho de trabajar y cultivar la tierra y cuidar de los animales, para vivir con dignidad, libres y sanos. Nadie se queja contra esta política injusta y asesina que mata a sus hijos, porque hay o tienen sus propios intereses creados. Y ello, a pesar del drama tremendo que supone estar parados y no tener qué comer teniendo la posibilidad de hacer uno (trabajo) y otra (comida). De tal forma que todo comercio es en base a lo que viene de fuera, sin que de dentro nada se aporte, cayendo en el salvajismo de tener (tierra) y no producir (nada o algo). Nos oprimen, sin que nadie grite; tenemos una política cruel, que permite el hambre y el paro, pudiendo evitarlo y acabar con ambos. Ahora, el ganado es el humano, que se mueve, sin dar leche, tras indicaciones inducidas (como el fútbol, el carnaval y otras). Somos, cuales propiedad de los que nos dirigen borreguilmente y conducen según sus intereses y engaños. Y lo malo, es que nadie condena esta actitud gubernamental que nos frena y para y prohíbe producir. Se trata y es un comportamiento salvaje o bárbaro; se comete un horror grande a familias enteras destrozadas por el paro y el hambre, pudiendo acabar con ambas. Ejércitos varios pasean por los campos -y no precisamente cuidando animales ni cultivando la tierra, sino vigilando alguien lo haga para castigarlo con multas grandísimas e inhumanas, que arruinan y suicidan-. Son muchos los que lloran esta situación, sin que nada puedan hacer sino callar y pagar “religiosamente” cual penitencia de ningún pecado, multas desorbitadas y gigantescas. Vergüenza da estar parados teniendo donde trabajar; dolor tener hambre, y estar en la tierra que mejor produce, que por imperativo de autoridades nada se puede cosechar. Nos han sometido poco a poco, y nadie alza la cabeza, ni la voz. Nos mantienen en hambre y pobreza; nos subyugan a dos millones de personas, que nada hace, sino callar, y ni protestar ni exigir el derecho al trabajo y a la tierra, cada vez más en manos del cabildo, para llenarla de pinos. Calla la universidad; calla la prensa; callan todos. Un servidor, seguirá gritando, mientras viva, por volver al campo, de donde somos y venimos, de donde vendrá la libertad, la comida, la dignidad...
El Padre Báez.