El Incidente "Charlie Brown". Una historia de hombres decentes

ASSOPRESS

 
Me acordé del Incidente 
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Charlie Brown
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. Y de lo saludable que sería leer Historia, o simplemente
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leer, para la infame, navajera, burda y poco ilustrada clase política española. La de referencias útiles que
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podrían obtener. Incluso éticas, si se pusieran a ello. Modelos morales de comportamiento público -porque
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luego, en privado, compartiendo negocio, los veo besarse en la boca hasta con lengua- que nos irían muy
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bien a todos.
 
 Y el conocido por Incidente 
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Charlie Brown
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, como digo, es uno de esos modelos. Ocurrió en
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una guerra mundial, la segunda, que fue una de las más atroces vividas por la Humanidad. Y sin embargo,
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ahí está. Para quien quiera sacar conclusiones útiles. Para quien crea que el ser humano puede ser
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honorable incluso desde bandos opuestos, en un mundo atroz y ensangrentado.
 
El 20 de diciembre de 1943, el B-17 norteamericano Ye Olde Pub, pilotado por el segundo teniente Charlie
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L. Brown, muy averiado tras una misión de bombardeo sobre Bremen, intentaba en solitario regresar a su
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base en Inglaterra, con el artillero de cola muerto y seis tripulantes heridos, incluido el piloto. Sólo tres
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hombres a bordo quedaban sanos. El avión volaba a duras penas dejando una estela de humo, con un
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motor parado y otro dañado, el plexiglás de la cabina roto, el timón de dirección partido y los sistemas
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hidráulicos y eléctricos fuera de servicio. Sus tripulantes estaban seguros de que nunca llegarían a
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Inglaterra.
 
Todavía sobre territorio alemán, el bombardero fue detectado por el piloto de la Luftwaffe
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Franz Stigler, de 26 años de edad, que en ese momento tenía 22 derribos en su haber, y
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sólo necesitaba uno más para ganar la Cruz de Caballero. A los mandos de su
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Messerschmitt Bf-109, Stigler se acercó al avión enemigo, dispuesto a derribarlo, pero
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comprobó con sorpresa que desde él nadie le disparaba. Que el B-17, acribillado de
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metralla antiaérea, seguía su renqueante vuelo hacia la costa, que en la destrozada
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torreta de cola el artillero estaba muerto, y que a través del plexiglás roto se veía a los
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tripulantes heridos, ateridos de frío, intentando socorrerse unos a otros.
 
Entonces,
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situándose junto a la cabina destrozada del aparato enemigo, Ziegler se encontró con el
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rostro del piloto americano herido que lo miraba. «Para mí, dispararles en ese momento -
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confesaría 40 años más tarde- habría sido como hacerlo mientras saltaban en paracaídas». Así que tomó
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una decisión: situándose a su lado, muy cerca de él para que las baterías antiaéreas alemanas no lo
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atacaran, Ziegler acompañó al enemigo vencido, escoltándolo hasta la costa, y allí alzó la mano en un
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saludo, dio media vuelta y regresó a su base. Nunca contó la historia a sus jefes..
 
Charlie Brown pudo llevar su avión hasta Inglaterra. Y allí l
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prohibieron dar publicidad a un incidente que revelaba la humanidad
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de un enemigo que volaba con la esvástica nazi pintada en el timón
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de cola. Tardó mucho tiempo en hablar de ello, pero al fin empezó a
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investigar. Habrían de pasar 40 años hasta que Brown diese con el
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hombre que salvó su vida y la de sus compañeros.
 
Tras muchas
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pesquisas, recibió al fin una carta desde Canadá con un breve
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texto: «Yo era él». Se encontraron, fueron amigos el resto de su vida
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y murieron ancianos, como si el Destino los tuviera vinculados desde
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aquel día lejano, en 2008, con sólo unos meses de diferencia. En
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ambas esquelas mortuorias, Stigler y Brown fueron mencionados
como «hermano especial» del otro.