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Francisco Javier González

JUAN “JADARIO”

Soberanista

Francisco Javier González | 04 de noviembre de 2015

El viejo Cho Juá Martín “Niñito” tuvo una jurria de hijos. Fueron naciendo, a uno por año. Eso fue después de que pasara unos años en la capital de Cubita la Bella agenciando algo de plata con que volver pa’la tierra y mucho después de que terminara con la contrata cubana, allá por 1838, a poco de inaugurarse  el primer tramo del “Ferrocarril La Habana-Güines”.

Lo de “Niñito” no le venía de familia. Su padre, pinochero y recolector de resina de los pinares grancanarios, con unos llanillos de papas y coles y una manadita de jairas como todo capital, era conocido como Juan “Colingo” por su procedencia de Los Helechillos de Tejeda. Hombre recio y algo candray pa’moverse, se levantaba desde que los gallos principiaban a cacaraquiar, se calaba la cachorra hasta las orejas pa’matar el frio cumbrero y, tras entonarse con un pizco de cañaparra, pegaba a trabajar como un burro para lograr meter algo de comida en el cuerpo y cubrir con cualquier jaique a la bambolla de hijos que tenía con Merceditas Santana. Cuando se enteró de los contratos que ofertaban para Cuba se dijo que ya era hora de que el mayor saliera para La’Bana. La pobre Merceditas, que pa´los hijos era como una gallina clueca, jarbaniando de un lado pal’otro, lloraba a moco tendido por la partida  para La’Bana de Juanillo. Para parar la llantina Juan Colingo le decía “cállate mujer, que ya no es ningún niñito” y Niñito se quedó Juan Martín.

Niñito salió, con 13 años, como uno más entre los casi mil canarios que, contratados por la empresa cubano-catalana de  “González y Torstall”, especializada en la importación a Cuba de trabajadores y de tasajo de cochino para alimentarlos, se encargaron durante más de dos años de construir los primeros 27 Km del “camino de hierro” que separaban La Habana de  Bejucal, a mitad de camino hacia Güines, rellenando ciénagas, rebasando lomas y construyendo puentes, todo ello para construir el primer ferrocarril de la América no gringa y para el mayor beneficio de los poderosos dueños de los ingenios azucareros.

 No era el único de esa edad en la partida. Uno de sus compañeros, Francisco Rufino, también con 13 años, fue reclamado por su madre ante el Real Consulado para que regresara a Canarias porque, tras seis meses de duro trabajo y enfermo, no había cobrado ni un céntimo y adeudaba aún 40 pesos de “los gastos de pasaje y mensualidad de médicos” que cobraban González y Torstall. Se  le denegó el permiso, murió, y los restos de Francisco Rufino han pasado a los osarios comunes de los más de 300 canarios que  dejaron el pellejo en la obra o en el trayecto.

Niñito contaba a sus hijos que la Compañía de los de González y Torstall eran unos auténticos bandoleros explotadores de los canarios. Claro está que contaban con el apoyo del Gobernador y Capitán General español de Cuba, el general Francisco Dionisio Vives y del Presidente de la Real Junta de Fomento de La Habana, Martínez de Pinillo, Conde de Villanueva o, lo que es lo mismo, con la protección absoluta del Ejército español en la isla. Contrataban a la gente en las islas con un sueldo de 9 pesos mensuales, cama y comida, por 16 horas diarias de trabajo. El contrato se hacía por un período de dos años, pero del salario tratado se descontaban los gastos de pasajes, permisos, y una mensualidad para pagar posibles gastos médicos por accidente, mientras que los trabajadores asalariados no contratados en Canarias, incluyendo los negros libres, cobraban de promedio unos 20 pesos mensuales. La Compañía había contratado a los isleños en régimen militar, así que el abandonar el puesto de trabajo se consideraba como deserción con pena de cárcel o fusilamiento, a pesar de lo cual casi un centenar se dio a la juyona y se hicieron cimarrones mientras otros terminaron el contrato en la Prisión de Belén.

Así que a Cho Juá, al final de cada año que pasó en la Compañía, le quedaron unos 12 pesos libres y, con algún cáido que apañó, salió pa’LaBana con una treintena de pesos en el bolsillo. En La Habana trabajó como un descosido, extramuros de la ciudad, en las construcciones que empezaban a crecer en La Chorrera y la Quinta de  El Vedado a la vera del rio Almendares, terrenos que sus propietarios Domingo Trigo y Juan Espino pretendían urbanizar. Tras esos años y ya en 1853, con treinta años, una decena de onzas y otra de centenes de buen oro arrollados a la cintura, volvió para Tamarán a casarse con Esperancita Mascareño y traer guañocos al mundo. Al primero que nació le puso Rufino de la Virgen de la Caridad del Cobre en recuerdo del pobre muchachito muerto en la ciénaga cubana, por lo que la gente lo llamaba Rufinito “Cachita” por lo de la dichosa virgen. Al segundo, en honor del viejo Juan Colingo, lo llamaron Juan de Dios y para todo el pueblo pasó a ser Juanito el de Niñito. Al tercero lo llamaron Rosario para que, al llegar la época de llamarlo a quintas confundiera a los puñeteros militares y, por la misma razón, al cuarto lo cristianaron como Monserrat. Después vino Merceditas y luego Cristo Jesús de la Buena Muerte.

 Mauro cumbrero como era Niñito, con los centenes compro unas tierras por Ayacata cerca de unos caideros que portaban buenas aguas en invierno, y se mudó a las Tirajanas, a los pies del Nublo, con toda su jarca. A Rufino de la Virgen de la Caridad del Cobre o Rufinito Cachita le tocaba el sorteo de quintas de 1873, a sus 19 años, en plena Guerra Grande de Cuba. Niñito estaba encorajinado con los del Ayuntamiento por lo que no quería pedirles que lo pasaran por alto, como hacían con muchos aunque luego estaban toda una vida cobrando el favor, por lo que las opciones eran pocas. O pagar las 1.500 pesetas que costaba la redención de quintos o la sustitución por otro. En cualquier caso eso eran 375 pesos de los ganados con sudor en Cuba, más de los que trajo en su faja y que había invertido en Ayacata, por lo que quedaba descartado. La segunda era la escondida como prófugo por los montes y haciendas de la isla, que bien aprovechaban los terratenientes para mano de obra cuasiesclava. La tercera era América.

Rufinito tal vez hubiera optado por Venezuela, ya independiente y llena de isleños “blancos de orilla”, pero los recuerdos de Niñito y la seguridad de que D. Juan Espino se acordaría de Niñito y lo acotejaría en cualquier trabajo decidieron la cuestión. Rufino de la Virgen de la Caridad de Cobre partió ilegalmente pa’LaBana en Cuba en un correo de los de la “Compañía de Vapores Correo Antonio López”. En el puerto y a la espera de Chano Bocatuerta, un camarero amigo de la Isleta que lo iba a introducir de matute al barco, Rufinito oyó que de un grupo de quintos que embarcaban también pa’Cuba, pero a la guerra, salía una canción entonada con profundo sentimiento acompañando a un timple.

Tengo un hermano en La Habana,

dicen que insurrecto es.

Voy a luchar por la patria:

si lo encuentro ¡madre mía!

¿Qué es lo que debo hacer?

Al oírla, Rufinito se preguntó ¿de qué carajo patria habla el mauro ese? ¿de la que deja que el Agustín del Castillo López de Vergara y no sé cuantos apellidos más se quede plantando flores rarasy tomates pa’su recreo en su hacienda de San Ignacio en Jinamar y yo, pa´quedarme en Canarias y plantar unas papitas en Ayacata, tendría mi padre que vender todo lo que tiene y endrogarse con algún cabrón prestamista y poder pagar mi redención o sustituirme por algún primo de los Colingos?  Pues esa no es mi patria. Esa es la del Conde y su pandilla.

Ya cuando llegó a Cuba,  el poblado extramuros de El Carmelo y el Vedado estaban en pleno desarrollo al añadírsele las tierras del Conde de Pozos Dulces. En memoria de Niñito, D. Juan Espino le ofertó, en arriendo por 6 pesos mensuales, un local en la incipiente calle de la Línea que corría paralela a la línea del habanero tranvía tirado por caballos. Rufinito Cachita echó sus cuentas y vio que 6 pesos fuertes serían unas 30 pesetas de España y cerró el trato. Puso una panadería  en que fabricaba pan y casabe y una pulpería, aunque como vendía toda clase de comestibles la llamó “La Bodega de Niñito” recordando a su padre.

A los cinco años el negocio se había desarrollado y comenzaba a ser mucho para defenderlo solo, además de tener que atender a la valla de gallos que estaba colocada al lado de la bodega. Los negocios tendían a mejorar ahora que se había firmado la Paz de Zanjón. Seguía soltero, aunque medio ennoviado con una gomera que servía en un hotel de La Alameda, y resolvió escribir a su padre para que uno de sus hermanos viniera a ayudarle.  Así fue como Cho Juá Niñito se libró de Juan de Dios –Juan el de Niñito- que era algo bamballo y se pasaba el día debruzado sobre cualquier mesa y parecía tener un santo temor a guatacas, sachos, tazañas y demás herramientas de tortura, lo que aprovechaba Esperancita pa’espetarle a Cho Juá “Vés. Este tiene sangre de los Colingos de verdad”. Arregló las cosas, le fabricó una maleta con madera ligera y lo empaquetó pa’LaBana.

Na’más llegar a la pulpería Juan el de Niñito se dio un fuerte cancharazo con un pipote de melaza de caña. A partir de ahí le dijo a Rufinito: “Hermano. Esto no está jecho pa’mi” y le entró tan fuerte calabernada para volverse Canarias que el pobre Rufino, harto del guineo, agenció los pesos necesarios y lo remitió de nuevo a la casa paterna en el “San Ignacio”, vapor que acababa de comprar la Compañía Trasatlántica sobre todo pa’transportar soldados desde España y desde Canarias porque se barruntaba nueva guerra.

Juan de Dios, el de Niñito, de regreso en Ayacata. Todas las mañanas se plantaba en la Plaza de San Bartolomé y escarranchaba su cuerpo aboyonado en un banco, haciendo pareja-dispareja junto al cangallo de Ereneito Santurrón, que había sido sorchante  en la Catedral de Santa Ana en la capital. Allí pasaban la mañana contando rebereques y mirando pa’las muchachas a la espera de algún paisano que los invitaran a café o a un pizco. Si alguien le ofrecía a Juan algún cancamito, por suave que fuera, la contestación invariable   era: “¿trabajar yo?¡Bastante que me jodí el cuero en Cuba!

De ahí que Juan de Dios pasara a ser de Juan el de Niñito a ser Juan Jadario.

Gomera a 5 de noviembre de 2015.

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